domingo, 20 julio, 2025

Javier Milei en el Jockey Club: el regreso del liberalismo a su casa histórica

En un acto cargado de simbolismo y significado político, el presidente Javier Milei visitó este viernes el histórico Jockey Club de Buenos Aires. No se trató simplemente de una cena más o de una actividad protocolar: fue un gesto con peso institucional, un mensaje ideológico y una declaración de principios.

Después de décadas de desvío colectivista y decadencia cultural, un presidente argentino volvió a pararse frente a las élites productivas con un mensaje claro: “El futuro es liberal”.

El Jockey Club, fundado en 1882 por el expresidente Carlos Pellegrini, no es solo un símbolo de la tradición argentina, sino también un pilar del liberalismo criollo que, durante décadas, construyó las bases de la Argentina potencia. Su fundación tuvo como fin crear un espacio para el diálogo entre la política, la economía, las letras y el arte, representando lo mejor de una Argentina que apostaba al mérito, la excelencia y la civilización.

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La visita de Milei —el primer jefe de Estado en ejercicio en pisar el club en décadas— no es un hecho menor. Es un acto de reparación histórica con una institución que supo albergar a los verdaderos arquitectos del país: hombres como el propio Pellegrini, Miguel Cané, Roque Sáenz Peña, José María Rosa, y los referentes del liberalismo económico como Juan Bautista Alberdi y Vicente Fidel López, cuyas ideas se respiraban en los salones del club.

Durante buena parte del siglo XX, sin embargo, esa Argentina orgullosa de su tradición liberal fue arrinconada por la demagogia populista. El club fue atacado en 1953 por una horda de militantes peronistas que incendiaron su biblioteca y destruyeron parte del patrimonio cultural argentino. Aquel atentado fue una advertencia: el país abandonaba el modelo del progreso para abrazar el estatismo. La decadencia se volvió política de Estado.

Que Milei hable en el Jockey Club no es casual. Es una reivindicación. En su discurso, el presidente recordó a Carlos Pellegrini, a quien definió como un “piloto de tormentas”, trazando un claro paralelismo con su propia gestión. “Nos decían que ajustar era imposible, que sin déficit no se podía gobernar. Hoy demostramos que se puede reducir el gasto público, bajar la inflación y volver a crecer”, afirmó con tono desafiante.

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Y los datos lo acompañan. Milei destacó que en solo seis meses de gobierno se redujo el déficit del Banco Central en 15 puntos del PBI, el gasto primario en 30% y la inflación de más del 25% mensual a apenas un 1,6% en junio. Más aún: el PBI creció más del 6% interanual y la pobreza bajó, según sus palabras, del 57% al 31%. “Sacamos de la pobreza a 12 millones de argentinos”, aseguró, subrayando que se logró sin emitir un solo peso.

Pero lo más importante no fueron las cifras, sino el tono. Milei no habló para quedar bien ni para buscar aprobación fácil. Habló de frente, con crudeza, y con una claridad ideológica que no se escuchaba en la política argentina desde la generación del ’80. “Muchos gobernadores y municipios en vez de ajustarse, aumentaron impuestos. Eso es perverso”, denunció. Y pidió a las élites del país que dejen atrás la “mentalidad de escasez” y recuperen el coraje de arriesgar, invertir y soñar en grande.

Fue un discurso que apeló directamente al corazón de un liberalismo que alguna vez fue mayoría, y que hoy Milei busca reconstruir. El hecho de que lo hiciera desde el Jockey Club no es un simple gesto estético. Es una forma de decir: estamos de regreso.

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La política argentina, en las últimas décadas, se caracterizó por una combinación tóxica de resentimiento, igualitarismo mal entendido y desprecio por la excelencia. Las instituciones que alguna vez fueron faros del mérito y el progreso fueron perseguidas o reducidas a caricaturas por una clase dirigente más interesada en perpetuar su poder que en construir un país.

En ese contexto, Milei representa una anomalía: un presidente que en lugar de prometer “más Estado” promete menos. Que en lugar de atacar a los que producen, los convoca a liderar el cambio.

Algunos podrán decir que hablar en el Jockey Club es un acto “elitista”. Pero lo que hizo Milei fue todo lo contrario: interpeló a las élites productivas para que salgan de la pasividad y asuman su responsabilidad histórica. “Nuestros abuelos y bisabuelos soñaban con una Argentina grande. Es hora de recuperar esa ambición”, les dijo. Y les advirtió: “Si no soñamos por nuestra cuenta, los malos van a soñar por nosotros”.

Ese mensaje —incómodo para muchos— es necesario. Porque la Argentina no saldrá adelante con subsidios, planes ni discursos de barricada. Saldrá adelante cuando el talento, el mérito y la responsabilidad vuelvan a ocupar el lugar que les corresponde. Y eso empieza, precisamente, por reconocer a quienes alguna vez hicieron grande al país.

La presencia de Milei en el Jockey Club es una señal. Una señal de que, después de años de oscuridad, hay un gobierno dispuesto a volver a poner en valor las ideas que alguna vez nos llevaron a estar entre los países más prósperos del mundo. Es, en definitiva, el retorno del liberalismo a la casa donde todo comenzó.

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