A veces las vueltas del destino nos lleva a lugares insospechados. O quizás no tanto. Paul Hobbs nació en Búfalo, en el Estado de Nueva York. Una familia de doce a la mesa, con una economía apretada pero un corazón enorme, en una finca con peras y manzanas. Y desde que era chico, su papá le contaba sobre California, y también sobre un lugar llamado Mendoza. Y no conocía Mendoza. ¿Una señal? Después llegaría el título de Química en Notre Dame y un Master en Viticultura y Enología en UC Davis. Regresó a la tierra. Trabajó con éxito para bodegas famosas de Napa Valley, hasta que con 35 decidió que era tiempo de volar en solitario. Caminar su propio camino. Argentina era una posibilidad, ¿Mendoza? “Me insistían que fuera pero yo me negaba, ¿por qué ir si la reputación del vino argentino entonces era muy mala?”, cuenta Hobbs. Ganó Chile, una cordillera de por medio. Pero otra vez, por esos juegos del destino tuvo que cruzar los Andes. Mendoza. Esa sobre la que le contaba su padre. Sincronicidad, diría Carl Jung sobre esta coincidencia temporal de sucesos relacionados entre sí sin motivo aparente, pero con un contenido sumamente significativo. Descubrimiento, el Malbec, Viña Cobos, las raíces, que se extienden en sus hijas Agustina, Sophia y Louisa, y en ese enamoramiento profundo por un terruño andino en el se refresca ese recuerdo latente por aquella mesa austera en la que siempre había lugar para doce. Pasaron otros 35 años, y aquí otra casualidad no casual, desde ese encantamiento profundo entre uno de los hombres más importantes para la vitivinicultura argentina a la hora de posicionar su vino en el mundo, especialmente con una cepa hasta entonces poco valorada por estas tierras. Aquí está de regreso para el rediseño de una de la etiqueta de Bramare uno de sus vinos insignia. Con la misma obsesión por los detalles, la misma curiosidad intacta y la misma pasión y placer a la hora de contar sobre pasado presente y futuro, que solo tienen aquellos que aman lo que hacen.
Noticias: Su llegada a la Argentina fue un evento fortuito y un tema de celos fronterizos…
Paul Hobbs: Pequé de ingenuidad. Era marzo de 1988 y yo buscaba nuevos retos en mi carrera. A mis 35 años y luego de haber estado seis años en Opus One de Robert Mondavi y otros seis en Simi Winery del Grupo LVMH, empecé a sentir las ganas de independizarme. Un compañero de clase de la UC Davis, Marcelo Kogan, que era profesor de la Universidad Católica de Chile, me invitó a su país y me organizó visitas a bodegas. Yo invité a otro compañero, Jorge Catena, hermano menor de Nicolás, sin darme cuenta de que por ese entonces había un problema entre los chilenos y los argentinos. A mi anfitrión no le gustó que fuera argentino, pero cuando le dije que era enólogo fue peor. Pensó que no sólo era un enemigo, sino un espía, y que lo haría quedar mal entre sus pares. Así que la visita terminó abruptamente y cruzamos los Andes rumbo a Mendoza.
Noticias: ¿Y qué encontró del otro lado de la Cordillera?
Hobbs: Vine con bajas expectativas, porque la reputación del vino argentino en el mundo no era buena. ¡Y la verdad es que era peor de lo que creía! Pero cuando fui entrando de los Andes a Mendoza, vi que las tierras eran muy buenas, y me dio curiosidad. Me quedé impresionado con el primer viñedo que vi . Era de la familia Marchiori, y estaba trabajado en el estilo europeo, bien bajo con los racimos cerca del piso y de muy alta densidad. Pregunté qué era esa uva; Malbec. No tenía ni idea sobre esa variedad. Me sorprendió el tamaño de su baya y lo jugosa que era. El equipamiento era viejo, no se podían importar equipos de buena calidad y los enólogos estaban aislados, pero se podía corregir. El suelo es algo que no se puede corregir, y este era maravilloso. Me generó mucha curiosidad y me pregunté por qué la gente en otros países hablaba tan mal de los vinos argentinos. Pero después, al probarlos, entendí todo. Eran vinos oxidados, sin fuerza de fruta. Por suerte era una época de cambio. Se abrió la posibilidad de importar equipamiento, y como los enólogos tenían un buen entrenamiento, ahí vi mi oportunidad.
Noticias: ¿Qué hicieron?
Hobbs: Que sus vinos fueran aceptados por el mercado internacional, Nicolás tenía una idea y era que a través del Chardonnay, Argentina demostraría al mundo que podía producir vinos de clase mundial, porque razonó que los vinos blancos eran técnicamente más difíciles de elaborar que los tintos. El problema era que nuestro importador le dijo a Nicolás que no podía entrar al mercado norteamericano únicamente con un blanco, que necesitaba también un tinto. El vino tinto lógico era elaborar Cabernet Sauvignon, pero el que teníamos era un desastre. Nicolás no quería hacer Malbec, sin embargo, me encapriché de la uva Malbec.
Noticias: ¿El Malbec hasta entonces era una uva que se usaba solo para blends baratos?
Hobbs: Sí. Me volví curioso en saber si se podía usar como un varietal único. En el 93 estaba haciendo Malbec a escondidas, porque Catena creía que era una pérdida de tiempo, aunque no es lo que dice ahora (risas). Me dijo que los franceses no habían vuelto a plantar Malbec después de la gran plaga filoxera. Había tanta energía negativa alrededor del Malbec que todas las vides estaban siendo removidas y Nicolas cayó en la misma trampa. Sin embargo, comenzamos a trabajar en una sección del viñedo para cultivar las uvas de la manera que yo necesitaba. Cuando en marzo de 1993 hicimos una cata de vinos para la prensa americana para lanzar el Chardonnay de Catena; fue la oportunidad para mostrarles el Malbec. Thomas Stockley, el escritor del Seattle Times, escribió un artículo después de esa cata titulado: «No llores por mí Argentina», que habló en gran medida sobre el Malbec. El importador y Robert Parker convencieron a Catena que este era el tinto que faltaba. Entonces él me dijo “Paul, vos creaste el problema, ahora resolvelo”. Y creamos Alamos.
Noticias: El entusiasmo se prolongó, creó Paul Hobbs Company y luego arrancó Viña Cobos…
Hobbs: Yo quería ser un entrepreneur y tener la libertad de hacer vinos. Y en Argentina podía hacer lo que quisiera. Formar la compañía era muy difícil, sabía que necesitaría socios locales. En ese entonces estaba casado con Mariela Molina de San Rafael, que trabaja en Bianchi, y es muy extrovertida. En un viaje se paró delante del micro y dijo: “Mi esposo está buscando socios para crear una bodega, ¿alguien está interesado?”. Así invité a Andrea Marchiori y Luis Barraud, mis primeros socios a cosechar en Napa Valley (California) para conocernos, y en 1998 fundamos la empresa con $35.000 dólares cada parte en un garaje. Nuestra primera cosecha fue un desastre. Pero éramos resilientes y apasionados. Hoy tenemos nuestros propios viñedos, instalaciones de producción de clase mundial y, lo más importante, un equipo increíble. Estamos listos para establecernos en el mundo como una marca líder de los mejores vinos de Sudamérica.
Noticias: Pero no fue la única. Tiene siete bodegas entre Europa y América (Paul Hobbs Winery y Crossbarn, en California; Viña Cobos, en la Argentina; Crocus, en Francia y Yacoubian-Hobbs en Armenia).
Hobbs: Algunas llegaron mucho más tarde. Yo seguí haciendo consultoría en Argentina (Catena y Bianchi) y en Estados Unidos y Chile. Pero me quedé en Argentina principalmente porque quería seguir estudiando el Malbec. La consultoría me daba de comer, pero me quitaba mucha energía. Reduje mi cartera de clientes y me enfoqué en hacer crecer Paul Hobbs Wines en Estados Unidos y Viña Cobos en Argentina y después vinieron de otras partes del mundo como España, Francia y Armenia. Los consultores de vino somos como doctores viajeros que pocas veces se convierten en entrepreneurs. Pero en Argentina eso es una excepción. Muchos hemos echado raíces, sino mirá a Michel Rolland o Alberto Antonini.
Noticias: ¿Por qué?
Hobbs: Oportunidad. Uno siente cuando viene aquí como un ímpetu de adrenalina. En el viejo mundo son cerrados, pero aquí la gente es más abierta, adaptable y en nuestro trabajo eso es muy importante, porque si hay algo que requiere la agricultura es flexibilidad y adaptabilidad, en especial, en tiempos de cambio climático. Son mucho más acogedores con los extranjeros. Hay una alegría de vivir distinta a la que encontrás en otros países. Con todos los problemas y las quejas que son parte de su idiosincrasia, siempre van para adelante. Y además, tienen una hermosa cultura del vino. En Chile, los enólogos toman Coca Cola, no toman vino, porque ellos producen vino como industria, para vender. Pero los argentinos tienen pasión por hacer lindos vinos. Acá hay vino en cada mesa, en el almuerzo y en la cena, y hay un respeto en la forma en que la gente habla del vino. Es una cultura gourmet, que ama la belleza.
Noticias: ¿Le queda algún lugar pendiente para hacer vinos?
Hobbs: Mmm… era un secreto, ¡pero te lo voy a develar! Creo que me quedan una o dos nuevas áreas donde tengo idea de trabajar, porque ya tengo 70, y eso conlleva mucho trabajo y no puede hacerse sin invertir mucho tiempo. Tengo familia, y además no quiero empezar algo nuevo y descuidar lo que tengo. Pero como mi equipo de acá y de California me dan seguridad y también libertad, la idea es encarar algo en Europa del este y, con más seguridad, en China. Así que en junio será mi primer viaje exploratorio al gran país asiático. El vino sigue su ruta.
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