La pandemia de coronavirus puso a la industria internacional de la vestimenta contra la pared, al igual que sucedió con casi todos los sectores de la economía global. En el caso de la ropa, se estima que en los años duros del COVID-19 las marcas cancelaron más de 40.000 millones de dólares en pedidos de productos terminados y en producción de fábricas y proveedores. Esas fábricas, señala la organización Fashion Revolution, «se quedaron pagando enormes facturas por materiales y luchando para pagar a sus trabajadores», mantenerlos empleados, cubrir licencias o indemnizaciones por despido y «mantener sus negocios a flote».
Por eso no sorprende que las grandes cadenas y marcas globales estén trabajando duro para recomponer sus negocios. Por ejemplo, en estos días fue noticia Zara, la cadena española conocida por sus prendas cheap chic, es decir, convencionales y de línea de producción, pero con un toque de diseño que le permite a la empresa venderlas un poco más caro que una camiseta o un pantalón común.
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Según la prensa especializada, Zara estaría buscando subir unos escalones y posicionarse en un nivel más cercano a las prendas de alta gama. Hasta ahora, el modelo de negocios de la firma española era «interpretar» los diseños que se presentaban en los grandes desfiles y preparar versiones más baratas y muy rápido, gracias a su sistema de proveedores en Portugal, Turquía y Marruecos.
Sin embargo, «a medida que las marcas de diseñador subieron sus precios y el sector de la moda premium se vio presionado por la pandemia, las principales tiendas se apresuraron a llenar el vacío del nivel medio, y Zara está a la cabeza» de esa arremetida, señaló la analista Andrea Felsted, de Bloomberg. Las tiendas de la firma de La Coruña venden «ropa de fiesta lujosa y chaquetas de gamuza auténtica para rivalizar con las de las boutiques más caras».
Últimamente, apuntó Felsted, Zara viene «aprovechando el cada vez más reducido» mercado de lo que se llama «lujo aspiracional»: si no me puedo comprar una prenda de Chanel o Prada, habrá que contentarse con Gucci, Burberry o Ralph Lauren. En los últimos años, el sector en el que quiere desembarcar Zara, continuó la comentarista, quedó atrapado en la grieta «entre la moda ultraalta y la ultrabaja«.
Como parte de su estrategia, explica el reporte de Bloomberg, Zara está ampliando su gama hacia arriba, añadiendo -por ejemplo- prendas como un tapado de piel de camello que en Estados Unidos se vende por 699 dólares y vestidos de casi 500 dólares. «Eso está muy lejos de los 30 dólares máximos por los que la marca es conocida» para sus prendas, dice Felsted. Todavía se pueden encontrar jeans por 50 dólares, «pero hoy en día probablemente aparecerán junto con suéteres de cachemira y vestidos de seda», describió.
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Roperos voraces
Los especialistas observarán seguramente los resultados de la apuesta de Zara, que viene acompañada de un crecimiento general de lo que en esta industria se conoce como quiet luxury, las prendas finas que a primera vista pueden parecer «comunes» pero que incluyen sutiles detalles de lujo que las hacen carísimas, muy lejos de los precios que acostumbran pagar los clientes de Zara o de H&M.
Pero sea el quiet luxury con sus telas sofisticadas o el cheap chic con sus montañas de algodón, detrás de cualquier noticia de la industria de la moda debería recordarse que este negocio no es solamente desfiles glamorosos y angelitas de Victoria’s Secret mostrándose en ropa interior. El fast fashion, la obsesión por renovar el ropero cada mes convirtió al sector de la vestimenta en uno de los más contaminantes, superando incluso a todo el tráfico aéreo y marítimo junto.
Cifras del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente citadas en un reporte del Banco Mundial de 2019 señalaban que producir un jean requiere 7.500 litros de agua, «lo que saciaría la sed de una persona durante siete años». Además, en todo el proceso (desde producir el algodón hasta transportarlo a la tienda) se emiten 33,4 kilogramos de carbono.
Cada año, se lee en el informe, la industria de la moda usa 93.000 millones de metros cúbicos de agua, «lo que sería suficiente para satisfacer necesidades de consumo de cinco millones de personas». Por otro lado, un 20 por ciento de las aguas residuales del mundo proviene del teñido y el tratamiento de textiles.
El 87 por ciento de las fibras que se usan para confeccionar la ropa «se incinera o va directo a un vertedero», mientras que el 60 por ciento «se desecha antes de que se cumpla un año desde su fabricación».
Por si fuera poco, el Banco Mundial estimó que, si los patrones demográficos y de estilo de vida siguen su curso, el consumo mundial de ropa pasará de los actuales 62 millones de toneladas a 102 millones en una década. «Cada año -continuó- se vierte en el mar medio millón de toneladas de microfibra», equivalente a 50.000 millones de botellas de plástico.
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El organismo reconoce que el sector es «clave para el desarrollo de las economías» teniendo en cuenta que está valorado en 2,4 billones de dólares, aproximadamente, y da empleo directamente a 75 millones de personas, a lo largo de toda su cadena de valor. «Se trata de la tercera industria manufacturera más grande del mundo, después de la automotriz y la tecnológica».
Pero, al mismo tiempo, el modelo de negocios de la industria de la vestimenta solamente está agravando el problema. Las tiendas de ropa barata «ofrecen nuevos diseños cada semana». Y, si en el año 2000 se fabricaban 50.000 millones de prendas, dos décadas después se producía el doble.
«El ritmo vertiginoso de fabricación también acelera los hábitos de consumo: el consumidor promedio de hoy compra un 60 por ciento más ropa que en el año 2000 -advirtió el informe-. Y no solo adquiere más, también desecha más». En ese sentido, destacó que menos del 1 por ciento «de la ropa vieja se usa para hacer nuevas prendas». Cada año se pierden unos 500.000 millones de dólares por esa ropa que se usa una o muy pocas veces, que no se dona o recicla y que termina en la basura, completó el Banco Mundial citando datos de la Fundación Ellen MacArthur.
Un reciente informe de la organización no gubernamental británica Earthsight acusó a Zara y a H&M de ser responsables de un proceso en gran escala de deforestación en la ecorregión brasileña del Cerrado. ¿La razón? Se necesitan cada vez más y más terrenos para cultivar el algodón necesario para alimentar al monstruo del fast fashion.
A diferencia de la Amazonia brasileña, donde la deforestación está disminuyendo, en el Cerrado la pérdida de bosques en 2023 aumentó un 43 por ciento interanual, aseguraron desde Earthsight. El bioma de la sabana alberga un tercio de la biodiversidad de Brasil y el 5 por ciento de las especies del mundo, pero perdió más de la mitad de su vegetación nativa debido a la agricultura a gran escala, alertaron.
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Una esperanza hecha de pieles falsas y vaqueros
Una transformación descontaminante del sector puede tomar mucho tiempo, en especial si se tiene en cuenta que la obsesión por la ropa nueva es muy difícil de desacelerar. Pero existen algunas tendencias alentadoras, muchas veces impulsadas por las propias marcas de indumentaria. Por ejemplo, Stella McCartney y Moët Hennessy Louis Vuitton (LVMH) están trabajando con BioFluff, una compañía de inspiración vegana y ambientalista que produce pieles exclusivamente con materiales vegetales.
BioFluff tiene sede en París y en Nueva York y desarrolla alternativas vegetales a los materiales animales y sintéticos. Su propia marca de moda de lujo, Savian, ofrece tejidos de piel sintética, piel «de oveja» y forro polar elaborados con plantas. La empresa estima que su producto genera hasta un 90 por ciento menos de emisiones que las pieles reales, «ya que no requiere la participación de animales vivos, que consumen muchos recursos (y a menudo son crueles)».
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Por su parte, el grupo francés de diseño de lujo Kering, propietario de marcas como Gucci, Balenciaga y Alexander McQueen, firmó a finales de 2023 un acuerdo para testear la tecnología de la firma israelí Sonovia en sus productos de jean. En contraste con el proceso repetitivo de coloreado de la tela de los vaqueros, con su enorme consumo de agua, Sonovia utiliza ondas de ultrasonido que generan chorros de tinte extremadamente rápidos para cubrir el hilo. Y como se tiñen de manera más eficiente, los hilos solo necesitan sumergirse una vez, mucho menos que el estándar de la industria de veinte.
Estas tecnologías, de todas maneras, están luchando por hacerse un lugar en medio de un negocio gigantesco que se mueve a un ritmo muy lento. A pesar de la presión para que las marcas reduzcan el impacto del uso de materiales que requieren un uso intensivo de recursos, como el nailon y el cuero, resumía la revista Vogue a principios de este año, muchas startups innovadoras «están estancadas en la fase piloto, con falta de aceptación y financiación de parte de la industria».