jueves, 12 junio, 2025

Cristina presa: el peronismo abre una sucesión incierta

Y Cristina terminó presa, como en esas biopics políticas que te tienen en vilo, durante varios episodios, hasta el final. Porque la vida de Cristina Kirchner podría ser una fascinante serie sobre el poder en las plataformas de streaming. De hija natural a esposa de un caudillo peronista. De un nacimiento lleno de intrigas y secretos de familia, en una casa sin cloacas en los suburbios de Tolosa, a lideresa rutilante y, en la escalada, a una de las figuras políticas más atractivas de los últimos cincuenta años, después de Eva Perón. Tan odiada, tan amada.

Tan sol negro.

Un sol negro sobre el cual giró la vida política argentina por lo menos desde 2010. Más exactamente desde su viudez, luego de la muerte de Néstor Kirchner. Es que, en el vértigo de ayer, la Corte también tomó la decisión de inhabilitarla en forma perpetua para ejercer cargos públicos, lo que abre nuevos dilemas.

¿Hay alguno o alguna en condiciones de sucederla? A la vista, no. Mucho menos un liderazgo confrontacional, como es el caso de la principal líder de la oposición. A propósito, ¿buena noticia o mala noticia para Milei? Todo indica que mala.

Porque uno de los dilemas que ayer abrió la decisión en torno a la “fusilada que vive” es el de la sucesión dentro del peronismo, que, como diría el fallecido politólogo Carlos Floria, es el espectáculo más fascinante de la política argentina. ¿O lo era? A Kicillof no le sale ser Cristina, aunque tiene que hacer el acting de apoyar a la “proscripta”, igual que todos los gobernadores peronistas, sobre todo los más exitosos, que ruegan que algo o alguien les saque de encima el tapón generacional y que, como diría Axel Kicillof con el nombre de su agrupación, les restituya el derecho al futuro.

¿Se atreverá ahora el ex hijo pródigo a enfrentar a la madre política encarcelada por “los poderes económicos concentrados, agazapados detrás del partido judicial”? Jugoso capítulo promete The Crown peronista.

La condena final a Cristina significa, a la vez, una enorme reparación emocional para una mayoría social que siempre la creyó culpable y que, más de una vez, se sintió insultada, menospreciada, retada e, incluso, humillada por la jefa peronista. Desde el “abuelito amarrete” hasta “los piquetes de la abundancia”, con especial acento en vastos sectores de las clases medias urbanas, blanco de su rencor, siempre refractarios a su lengua violenta.

Hoy, esos argentinos de los grandes centros urbanos, voraces, en la mirada de la jefa peronista, de dólares y viajes a Miami, y sobre todo desagradecidos con lo que el kirchnerismo les dio, podrían pensar: todo vuelve.

Como dice Juan Germano, director de Isonomía, el 70% de los argentinos ya la creían culpable más allá de lo que dijera la Justicia, y el otro 30 la creía inocente, también más allá de lo que dijera la Justicia. Como otros consultores, Germano es de los que creen que la detención de Cristina no generará una mayor conmoción en la opinión pública, como tampoco lo generó, en su momento, el atentado contra su vida. Hablamos de la faceta política, no humana, claro está.

“Hace ocho años un tuit de Cristina paralizaba el país. En la época de Alberto, una carta de ella paralizaba al peronismo. Pero hoy no creo que nadie se altere demasiado por su detención”, apunta.

Germano toca un punto esencial: ¿cuál será el efecto, dentro del peronismo y afuera, de la detención de la principal líder de la oposición? El círculo de su máxima confianza asegura que la lideresa peronista no pedirá prisión domiciliaria para maximizar su victimización, aunque puede pedirla.

“Si la quisieron meter presa, ahora que se la banquen”, afirma un dirigente, sindicado en su momento como testaferro de Néstor Kirchner, pero que ahora está muy cerca de ella. Es de los que creen que el kirchnerismo murió con Néstor y que el peronismo tendrá que movilizarse. “Si no, vamos todos presos”, deduce con pragmatismo.

Históricamente, Cristina siempre ha despreciado al peronismo, el mismo movimiento al cual ahora se aferra desesperada e hipócritamente. Ese volantazo ya había arrancado después del alegato del fiscal Diego Luciani, en la causa Vialidad. Entonces, en su descargo, Cristina anticipó: “Este no es un juicio a Cristina Kirchner. Este es un juicio al peronismo”. Pasado en limpio: vienen por todos nosotros.

En el rutilante triunfo de 2011, Cristina soñaba con sacarse de encima a los “viejos carcamales” del PJ y crear una etapa superadora del movimiento: el kirchnerismo. Sus charlas telefónicas con su lacayo, Oscar Parrilli, dan cuenta de ese desprecio. En aquel año del aplastante triunfo del 54%, aquel dirigente que hoy teme que “todos” vayan “presos”, señalado como “palo blanco” (testaferro) de Néstor, decía: “Algún día le van a agradecer a Cristina que se haya sacado de encima a toda la runfla del peronismo”. Catorce años después, cosas de la vida, ella pide a gritos el apoyo de la “runfla”.

Antonio Cafiero solía contar una anécdota reveladora sobre la conflictiva relación de Cristina con el padre del movimiento. Senadores ambos, un día Cafiero tocó la puerta de su despacho para pedirle una firma para un monumento al general Perón. Ella le clavó los ojos, furibunda, y le espetó: “Yo para ese viejo de mierda no firmo nada”. Como diría Adorni: fin.

Pero la pregunta sigue siendo relevante: ¿qué hará, de ahora en más, el peronismo? ¿La condena de Cristina será un problema o una liberación del “secuestro” al que supuestamente estuvieron sometidos los dirigentes peronistas?

“¡Si la tocan a Cristina, qué quilombo se va a armar!”, gritan La Cámpora, los dirigentes sindicales y los intendentes del PJ que esperaron el fallo en el vivificado edificio de la calle Matheu. Este parece ser el quid de la cuestión: ¿qué quilombo se va a armar? ¿Se movilizarán por ella? Tal vez, algunos días. ¿Y después?

Lucas Romero, director de Synopsis, acerca una hipótesis interesante sobre las derivaciones que tendrá el histórico fallo de ayer de la Corte. Es la primera sucesión del peronismo por la vía judicial, deduce. Pero también es cierto que Cristina podría seguir siendo un tapón generacional desde su lugar de detención. Muy difícil que alguien, desde el peronismo, se atreva a enfrentar a la jefa “proscripta”, tal como en 2010 sucedía con su viudez. Hay similitudes, en la victimización como arma política, entre aquel escenario y este.

Si hay una experta en usar el victimismo en la arena política es ella. El lunes, intuyendo el veredicto de la Corte, se comparó con los fusilados de José León Suárez, en 1956, un acto que fue convocado como conmemoración del “Día de la Resistencia Peronista”. Ella era el “fusilado que vive” de Rodolfo Walsh en Operación Masacre. La mitad del padrón electoral tiene menos de 42 años, ¿de qué habla, señora?

Pero “la fusilada que vive” dio un paso más. Se subió a un nuevo caballito de batalla lingüístico, como una adolescente tardía: “¡Dale! ¡Meteme presa, dale!”, dijo el lunes en el acto del PJ. Y, con envidiable energía, siguió: “Otra cosa que me revienta es que se dude de la cifra. Si no son 30.000, son 9000 (desaparecidos). Bueno, entonces ¿dónde están los 9000? ¡Dale!”.

Cualquiera que navegue un poco la historia y las redes sabrá que de los desaparecidos se ocupó Raúl Alfonsín con el Juicio a las Juntas, no el peronismo. Mucho menos los jóvenes Néstor y Cristina Kirchner. En 1979, el exsenador santacruceño Edgardo Murguía le llevó al joven matrimonio un documento que denunciaba la desaparición forzada de personas para presentar ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos que visitaba la Argentina para investigar a la dictadura. Pero ninguno de ellos se atrevió a firmar. ¡Dale!

La inclusión de las redes en la conversación pública también ayudó a desnudar las contradicciones de la jefa peronista y devaluar su palabra. Perón podía decir cualquier cosa. Nadie lo contradecía. Cristina no. En tiempos de la revolución tecnológica, cualquiera está a tiro de un tuit de desenmascaramiento.

Aunque sea por un tiempo, ahora “reina Cristina” solo podrá reinar en el calabozo.


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