Bernardo Baraj, saxofonista legendario que tocó con Luis Alberto Spinetta, Sandro y Los del Fuego, Leonardo Favio, fundador de Alma y Vida, sexteto que enriqueció el rock a comienzos de la década del ’70, y eterno amante del jazz, cumplió 80 años y los festeja con la presentación de Ochenta, su tercer disco como cantor de tangos
“Cantar me hizo perder el 95 por ciento de mi público potencial, porque la gente venía a escuchar al saxofonista y se encontraba con una persona que tocaba el piano y cantaba canciones que no conocían, a veces hasta con letras áridas”, reflexionó Baraj en diálogo con Clarín. Si bien, su nombre sigue atrayendo a su audiencia “la gente me viene a escuchar tocar el saxo”.
El músico presentará Ochenta, dedicado íntegramente a la música ciudadana como sus dos discos anteriores, el domingo 15 de diciembre, a las 20, en el CAFF, con León Gieco como invitado especial.
“La diferencia es que en el primero, Tal para cual (2016) tocaba el piano y cantaba y todos temas eran míos. En el segundo, Tu alegre corazón (2019) le sume temas clásicos junto con composiciones propias. Este tercero sigue esa dirección, y hay cuatro temas míos y siete clásicos”, señaló el artista.
-¿Qué pasó con el jazz?
-Nunca dejé de hacer jazz. Tuve hasta hace unos años un terceto y ahora estoy en cuarteto, con Abel Rogantini en piano, César Franov en bajo y mi hijo Marcelo en batería. Hacemos un homenaje a Gato Barbieri. La idea inicial fue de Néstor Astarita. Hace unas semanas tocamos en el Festival de Jazz de Tucumán y en enero nos presentaremos en Clásica y Moderna. El saxo y el jazz siempre están en mi vida.
-¿Cómo surgió el Baraj cantante?
-Teníamos un espectáculo con Mirta Brailad, una artista que viene del clásico. Hasta ese momento tocaba el saxo pero a sugerencia de ella empecé a cantar; como insistía en que lo hiciese me puse a estudiar canto. Esto fue hace unos quince años. El canto me hizo entrar en un espacio expresivo que no conocía con la palabra como vehículo de expresión y ahí sentí lo fuerte que es. Comencé a tomarle el gusto y sigo también estudiando con Magdalena León.
-¿El concierto en el CAFF cómo lo preparaste?
-Lo espero con mucha expectativa y entusiasmo. Es un concierto especial.Además de cantar voy a tocar el saxo tenor, el soprano y la flauta y voy a estar acompañado por tres guitarras. El pianista y arreglador Daniel Gotfrid va a estar en cuatro temas y quizá pueda invitar a un coro para una de las composiciones. Además, agregué una pieza que voy a bailar con Inés Cometto y por si fuera poco lo tengo a León Gieco de invitado.
León es un tipo muy generoso. Me lo encontré en el otorrino, vamos a la misma médica, y cuando nos despedimos me dijo: «Bueno, a tus órdenes…» y entonces lo llamé, le conté de este concierto y aceptó. Resulta que me dijo que a la salida de la consulta había estado pensando que nunca habíamos hecho nada juntos. Esta será la ocasión.
Una historia cargada de música
Con 62 años de carrera, Bernardo Baraj atravesó modas, estilos y corrientes estéticas dentro de la música. Su historia es una radiografía que resume diferentes momentos de la música en la Argentina. «Cuando empecé profesionalmente eran los tiempos del programa televisivo Escala Musical y yo tocaba el saxo con Los Tikis. En ese programa estaban, entre otros, Los Iracundos. Cuando en 1964 vino a la Argentina la cantante italiana Rita Pavone pidió que la acompañara un grupo joven. En la Escala se hizo una audición y la ganaron Los Iracundos pero, además, quería un caño y me llamaron.
Al poco tiempo, comenzó a tocar con Jackie y Los Ciclones. «Era un émulo Chubby Checker, que grababa en CBS y le iba muy bien; de ahí salté a la última etapa de Sandro y Los del Fuego, en La Cueva, donde era músico estable junto a Adalberto Cevasco en bajo, Juan Barrueco en guitarra, a veces lo reemplazó Ricardo Lew y Fernando Bermúdez en batería”, recordó el músico.
Cuando Sandro desarmó la banda, llamó a Cevasco, a Bermúdez y a Baraj para acompañarlo. “Tocamos tres años largos con Sandro. Comenzamos haciendo rock and roll y nos fuimos corriendo hacia la balada. De ese grupo con Sandro me llamaron para tocar con Leonardo Favio y también nos fue muy bien. Había mucho trabajo hasta que un día nos avisó que dejaba por un tiempo los shows porque iba a hacer cine”, añadió.
Sin proyecto a la vista, los músicos de Favio deciden seguir juntos y de ahí surgió Alma y Vida, banda pionera del jazz rock en la Argentina. “El nombre es mío y el estilo de alguna manera también porque quería hacer un grupo de jazz rock, de fusión. Me gustaban mucho Chicago y Blood, Sweat & Tears. El nombre Sangre, Sudor y Lágrimas me parecía perfecto y busqué una frase que tuviese algo de ese espíritu y se me ocurrió ‘alma y vida’, y cuando lo propuse todos lo aceptaron”, contó el artista que tiene además una historia como sesionista muy importante.
“Grabamos seis discos con la banda, cantábamos en castellano, con música muy arreglada y aunque el comienzo fue duro, al final la banda tuvo mucho éxito. Debutamos el 20 de junio de 1970, en el Opera, en un festival de rock, por la mañana. El grupo comenzó a ser conocido, grabamos en RCA, estábamos en televisión, por ejemplo, en Sótano Beat. Estar en la televisión nos generó críticas, decían que éramos comerciales, pero lo que más nos perjudicó fue enojarnos con Daniel Ripoll, el director de la revista Pelo; eso nos hundió. Nos puso un par de veces en la “página negra” con unas críticas horribles”, recordó.
-¿Por qué se enojaron?
-Cuando hizo el B.A. Rock III, en Argentinos Juniors, en la Paternal, nos llamó para hablar en sus oficinas y nos propuso volver a tocar gratis. Nosotros ya lo habíamos hecho en un B.A. Rock anterior. No nos parecía razonable volver a tocar gratis, éramos conocidos y la banda sonaba muy bien, pero no quiso saber nada.
También con Spinetta
«En un momento, Gustavo Moretto, el trompetista, agarró una revista Pelo que estaba en el escritorio y buscó la página central que era una doble página con un aviso de las zapatillas Flecha y le preguntó: ‘¿Vos por esto no cobrás?’. Se generó una discusión y a partir de ahí nos hizo la cruz. La revista tenía mucha gente que la seguía y nos puso en la bolsa de los comerciales. Los ortodoxos del rock nos dieron la espalda. El grupo en vivo era inapelable, teníamos mucho ensayo y, además, la voz de Mellino impresionaba», añadió.
Tras la disolución de Alma y Vida, en 1976, Baraj estuvo en diferentes proyectos hasta que en 1978 lo llamó Luis Alberto Spinetta, que había grabado su disco más jazzístico A 18 minutos del sol y quería un saxo en la banda en la que estaban Santiago Giacobbe, Osvaldo López y Machi. “Estuve un año y medio y viví una experiencia única con el “Flaco”, tan lúcido, tan sensible”, recordó el artista.
De ese proyecto saltó a La Banda, con Rubén Rada, Jorge Navarro, Luis Cerávolo y Ricardo Sanz. “Fue una experiencia muy divertida, sobre todo con Rada, pero duró sólo un año porque el Negro tuvo un ofrecimiento para hacer un disco solista.
Un punto de inflexión
El comienzo de los años ’80 marcó un punto de inflexión en la carrera artística de Baraj, en especial a partir de una singular conferencia de prensa de Hermeto Pascoal y el posterior dúo de tango experimental Baraj-Barrueco.
“Por esa época me pasó algo especial, muy fuerte -recordó el saxofonista-; me invitaron a una conferencia de prensa de Hermeto Pascoal arriba de la disquería Zivals. Cuando llego veo un escenario con instrumentos. Sale Hermeto y nos dice: “Lo que mejor habla de nosotros es la música” y se ponen a tocar.
“Quedé impactado por la música que hicieron; tenía la dinámica del jazz, su riqueza armónica, había improvisación, pero más allá de cualquier análisis la música sonaba a Brasil. Salí impactado, caminé y caminé. Pensaba que tenía que hacer algo que escape un poco del jazz y que exprese el lenguaje de nuestros paisajes», dijo.
Y agregó: «Entonces llamé al Negro (Barrueco) y le dije: ‘Armemos un dúo y toquemos tangos, milongas, hagamos nuestra música’. Así salió Baraj-Barrueco, que era una propuesta medio tanguera experimental con saxo. En este sentido fui como un pionero en usar saxo en el tango. Piazzolla había tocado con Chachi Ferreyra y con el alemán Schneider, también con Gerry Mulligan, pero no tan protagónica como lo que proponíamos”.
El músico contó que pensó cómo debería ser la manera de aproximarse a esta música que estaba surgiendo, sobre todo las acentuaciones y el sonido; escapar –según Baraj- del lenguaje anglo-sajón y acercarse desde el saxofón a lo que podría ser un lenguaje lunfardo.
“Este paso me hizo sentir yo mismo, también porque la expresión tanguera pone en juego un espíritu, una experiencia. Encontré una sonoridad y una forma de expresión más acorde con mi personalidad y que terminó por plasmarse de manera más abierta con el trío con Lito Vitale y Lucho González”, expresó.
Baraj recordó también la excelente impresión que causó la propuesta del trío. Ganaron el premio Consagración, en Cosquín y en diciembre de 1986, con su segundo disco llenaron el Luna Park. “Hacíamos música instrumental y al Luna hasta ese momento lo llenaban Chick Corea, Weather Report y la Negra Sosa”.
Después vino otro trío con Litto Nebbia y Lucho González; un proyecto que surgió de una repentina inspiración. “El último concierto con Vitale y Lucho lo hicimos en Rosario y nos encontramos con el representante de Litto, que sabía que el trío se disolvía, y nos propuso hacer otro con Nebbia y ahí se armó el trío, de pura casualidad. ¡Nebbia se enteró cuando le contó su representante! Grabamos enseguida Musiqueros, después se fue Lucho y lo reemplazó Luis Borda».
Durante los años ’90, Baraj armó un quinteto con sus hijos Mariana y Marcelo, con quienes grabó tres discos Bernardo Baraj Quinteto, Almita y Milonga Borgeana. En 1999 también trabajó con Adriana Varela y trabajó con la Compañía Tango por Dos.
Sobre su labor como sesionista, reconoce que le costó tanto encontrar su sonido y su forma de expresión que no está dispuesto a modificarla en aras de una colaboración. “Empecé a tocar el saxo tenor a los 17 años, en 1961. Mi sonido, mi expresividad lo encontré recién en 1980, es decir, casi 20 veinte años después. Escuchaba a Coltrane, a Gato, a Jan Garbarek y estaba obsesionado por hallar mi sonido, entonces, no puedo renunciar a mi manera de tocar”.
¿Tu primer instrumento fue el piano, no?
-Sí. Comencé con el piano. Soy hijo único y mi padre murió cuando tenía 8 años y medio y ahí algo me pasó. Vivía en Bernal y había cerca de mi casa una profesora de piano, cuando pasaba siempre la escuchaba. Le pedí a mi mamá que me llevara y me puse a estudiar, pero se cortó cuando nos mudamos a Villa Luro. En la adolescencia me volví loco con el jazz tradicional, era como una fiebre, una pasión y ahí le dije que quería estudiar clarinete.
Empecé a estudiar y ahí conocí al Negro Barrueco. Armamos un cuarteto de contrabajo, batería, guitarra y clarinete, para esa época ya nos gustaba un jazz más modernoso, escuchaba a Buddy De Franco y me gustaba mucho Tony Scott.
-¿Cómo llegó el saxo a tu vida?
-Inicialmente no me gustaba el sonido del saxo, pero un amigo, en Valentín Alsina, que tocaba la trompeta y tenía la buena costumbre de invitarnos a tocar y a escuchar música en su casa un día nos puso un disco de Art Blakey y los Messengers, en vivo en Birdland, con Wayne Shorter en el saxo. Cuando comenzó a tocar su solo me volví completamente loco con su sonido. En ese momento el saxo entró en mi vida.