martes, 5 noviembre, 2024

Lydia Lamaison: el hombre que la cautivó, los tiempos difíciles que atravesó y por qué alguna vez soñó con ser monja

Nació en Mendoza el 5 de agosto de 1914 con el nombre de Lidia Guastavino Lamaison, pero todos la conocimos como Lydia Lamaison, una de las actrices más dúctiles que dio el mundo del espectáculo vernáculo. Podía interpretar a la mujer más dulce del mundo o a la malvada más perversa. Sus ojos color cielo y su mirada diáfana jugaban siempre a su favor. Se lució en teatro, cine y televisión y trabajó hasta los 95 años, dos años antes de su muerte, el 20 de febrero de 2012.

Alguna vez contó que de chica fantaseó con ser monja. A los 12 años visitó el convento de Salta y Avenida Independencia, en pleno barrio de Monserrat, donde creció, y creyó que podría ser feliz allí: “Era una vida linda, con tiempo para leer y estar sola”. Pero no era su destino. Estudió guitarra durante diez años y debutó dando un concierto en la peña del Café Tortoni, donde la presentó Alfonsina Storni. “Toqué Asturias, de Albéniz, y después seguí yendo. A esa peña iban personas que yo miraba con admiración como Norah Lange, Jorge Luis Borges, Quinquela Martín; incluso ahí lo vi una vez a Federico García Lorca, pero desgraciadamente dejé de tocar la guitarra. Esa es una de las cosas que nunca me perdoné. Dejé todo por el teatro. Y ahí la tengo a la guitarra, arrinconada”, expresó en una entrevista.

De chica solía ir con su familia a las galas del Colón y quizá allí empezó a soñar con los años que vendrían. Cuando creció se graduó como maestra normal, también estudió música, filosofía y letras, aunque lo que ella deseaba, en realidad, era ser psicóloga, “pero la carrera no existía en ese entonces”. A mediados de los años 30 comenzó a presentarse en audiciones para formar parte de elencos de teatro. Su primera oportunidad fue con un elenco independiente en la compañía Juan B. Justo. Debutó haciendo el protagónico de Cándida, de Bernard Shaw, y un año después era Marie Curie en la compañía de Blanca Podestá. Por ese papel le dieron el premio Revelación. En teatro también participó en obras como Perdidos en Yonkers, Los físicos, Doña disparate y Bambuco, Ollantay, Biógrafo, Pasajeras, entre otras. En 2003 escribió Qué es el erotismo, un espectáculo unipersonal. Un año después estrenó El libro de Rut, dirigida por Santiago Doria, y se llevó un sinfín de elogios por su trabajo.

Junto a Marta Bianchi ensayando la obra Gracia y Gloria VERONICA MASTROSIMONE

En cine trabajó con los directores más prestigiosos y filmó varias películas, entre ellas Alas de mi patria, La hora de las sorpresas, Una novia en apuros, Fin de fiesta, Un guapo del 900, El romance del gaucho, El último piso, Una excursión a los indios ranqueles, El demonio en la sangre, Circe, En mi casa mando yo, La fiaca, El ayudante, Bodas de cristal, Pasajeros de una pesadilla, En retirada, La puta y la ballena y Mentiras piadosas.

La televisión le sumó popularidad al prestigio que se ganó en el cine y el teatro. Hizo Alta comedia, Teatro con Darío Vittori, Muchacha italiana viene a casarse, Gorosito y señora, Mi hermano Javier, Rosa de lejos, Las 24 horas, Hay que educar a papá, Situación límite, Su mundo y el mío, Soy Gina, Celeste siempre Celeste, Nano, Nueve lunas, Zíngara, De corazón, La condena de Gabriel Doyle, Como vos y yo, Muñeca brava, Los médicos de hoy, Provócame, Son amores, Durmiendo con mi jefe, Jesús el heredero, Collar de Esmeraldas, y Mujeres de nadie que, en 2008, fue su último trabajo. Podía ser la abuelita protectora y dulce o la villana más despiadada. Las dos interpretaciones eran perfectas, pero ella decía que prefería ser villana “porque a la hora de componer el personaje tenían muchos más matices que las buenas”.

Gabriel Corrado compartió Zíngara con Lamaison. “La recuerdo como a una grande de verdad, con un gran sentido del humor, muy fino y muy particular. Podías conversar por horas, y sobre todo escucharla porque contaba anécdotas fantásticas. Era muy cariñosa, muy cálida y entrañable. Era muy divertido verla a ella y a María Rosa Gallo, que estaba también en el elenco. Era maravilloso verlas cómplices, reírse de cosas que habían compartido tal vez en su carrera. Un lujo haberla conocido y haber compartido con ella un set de grabación”, le confió a LA NACION el actor.

Lamaison ganó varios premios, entre ellos tres Martín Fierro y en 2003 le otorgaron una placa en honor a su trayectoria. En 2001 obtuvo el premio Konex de Platino como actriz de televisión. En 1997 fue nombrada Ciudadana ilustre de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Con su delicioso humor irónico, tras esta distinción, dijo en las entrevistas: “No sé, me imaginé que había que tener otros méritos como ciudadana para ser ilustre. Mi único mérito como ciudadana es que pago mis impuestos y estoy al día con la DGI”.

Además en 2005 le hicieron un homenaje en el Salón Azul del Senado de la Nación, donde le entregaron una placa como un gesto de gratitud a su aporte artístico a la cultura nacional. Y también recibió premios como el Santa Clara de Asís, ACE, María Guerrero, Estrella de Mar y Florencio Sánchez.

Durante varios años ejerció la vicepresidencia de la Casa del Teatro, incluso siguió su tarea luego de una caída sufrida en 2006 que deterioró notablemente su salud.

En 1998, Lydia Lamaison se ganó el ACE a Mejor actriz de comediaJUAN PABLO MALDOVAN

“Fui una avanzada”

Para Lamaison no había géneros menores ni personajes chicos: “Hay que valorar todos los géneros. Un striptease puede ser de mucha calidad y Shakespeare puede ser malísimo. Yo he visto striptease en Europa que son obras de arte. En cambio, si hacés Shakespeare mal te tenés que ir. Construyo los personajes a imagen y semejanza de cómo los pensó el autor. Si el autor lo pensó así, por qué lo vamos a contradecir. No uso la parte emotiva porque tengo miedo de que me haga mal. No me voy a acordar de que murió mi mamá para un personaje. No, no me hace bien. Trato de inventar, de no hacer cosas tan naturalistas”.

Solía decir que su llegada al teatro fue para romper el molde y que a través de la actuación podía vivir mil vidas y ser cuantas mujeres quisiera, sin dejar de ser ella misma. Se casó a los 33 años con el actor Oscar Soldati, de quien enviudó en 1982. No tuvieron hijos y tal vez fue algo pendiente en su vida. No se le conocieron otras parejas y cuando le preguntaban ella respondía: “Parece cruel lo que digo, pero no sé lo que es sentir la soledad. No sé lo que es el aburrimiento. No siento la soledad como una carga. Me gusta estar sola. No soy nada nostálgica. No vivo de mis recuerdos. Selecciono. Rainer María Rilke decía en Cartas a un joven poeta que no hay que acumular demasiados recuerdos. Trato de vivir el presente de la mejor manera y de hacer un espacio para el ocio, a pesar de que trabajo mucho. Cuando no hago nada, hago exactamente eso: nada. Creo que sí, que fui una avanzada para la época. Parezco una señora muy protocolar, pero no lo soy. No soy muy diplomática. A mí me molestan mucho la injusticia y la discriminación, y en este país hay mucha discriminación, aunque no se diga. Discriminación hacia los que tienen menos, hacia las mujeres”.

Yo hice lo que quise, siempre. Hijos no tuve porque me casé grande y empezamos a hacer giras de un mes, dos meses, empecé a postergar… Me hubiera gustado tener, pero tengo sobrinos, sobrinos nietos y sobrinos bisnietos. Para mí esa burrada de que las mujeres si no son madres no están realizadas, es absurda. Me siento muy bien. Me dieron el Premio Atrevidas, de una institución que premia a las mujeres que se han atrevido a luchar por la vida. Me he atrevido a muchas cosas. Me quedé en los momentos duros de este país. He estado prohibida en la época del peronismo y de la dictadura militar. Hice teatro, pero me prohibieron hacer televisión y cine. Estuve tres veces en Sección Especial. Era una cosa muy tremenda la Sección Especial. Figuraba en Urquiza 555 en la época de Perón y ahí llevaban a la gente que estaba prohibida y te tomaban la declaración. Después, en la época de la dictadura, estaba en las listas negras. Por eso, cuando María Herminia Avellaneda me llamó para hacer Rosa de lejos no lo podía creer. Hice un personaje hermoso un tiempo, pero a los pocos meses me agarró hepatitis y tuve que dejar”, le contó hace años a LA NACION.

Durante toda su carrera, Lydia Lamaison recibió varias distinciones y premios. En la foto junto a Irma Roy, en el salón de los Pasos Perdidos del CongresoRICARDO ABAD

Ya había cumplido los 70 cuando decidió ser vegetariana: “Como muy sano y he tenido siempre una gran salud. Esa es mi gran fortuna. Pero no todo el mundo tiene training para hacer televisión como tengo yo, a mi edad. Parecería que por pose digo que no me canso. Pero no me canso. No sé lo que es el estrés hasta ahora. Dicen que las actrices después de que pasan los 40 años no tienen trabajo, pero afortunadamente a mí me pasa lo contrario. He rechazado cosas por falta de tiempo”.

Bromeaba sobre su edad y decía: “Todavía me insisten con que me haga una cirugía. No me hice y no me haría jamás. Nunca me preocupó la edad. Cuando me miro al espejo digo: ‘qué barbaridad, qué arrugada’, pero no importa. Qué hacemos con esas caras estiradas, todas iguales, lentas para caminar, pesadas, sin memoria. No. Yo tengo memoria, camino ligero, y qué me importa tener arrugas”.

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